En la vida es sumamente importante la capacidad que tiene el ser humano y la sociedad de poder adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos. Y de ahí surge la tercera cara de la moneda:
III- La Resiliencia
I- La Necesidad
II- La Legalidad
Como hemos visto en los dos anteriores segmentos de esta Opinión, la ausencia de medicamentos en el país parece ser un problema que no se resolverá en un futuro ni siquiera cercano, por lo que los aspectos que hemos planteado como Necesidad se mantendrán por un buen tiempo. Por otra parte, es indiscutible que legal y éticamente no es posible entender que el Estado decida como única opción válida para garantizar medicinas a la población una política que se base en el mercado paralelo y promueva lo ilegal.
La escasez de medicamentos, así como su existencia sin límites en el mercado paralelo y a precios elevados, han generado y generan multitud de opiniones y sentimientos entre la población, las que pueden separarse en dos grupos principales: Unos piensan que el Estado debe limitar la importación de medicamentos y tomar medidas para evitar que los inescrupulosos lucren con la necesidad de la población, mientras que otros mantienen que todo lo que entre al país es bueno, pues siempre habrá quien lo pueda comprar, aunque esté caro.
En el primer caso, encontraríamos seguramente a quienes tanto ellos como su familia gozan de una magnífica salud a los que debemos agregar otros que por las razones que sean, no tienen que recurrir al mercado paralelo para encontrar una medicina contra su hipertensión, por ejemplo.
En el segundo, entre los que siempre he estado yo, encontraríamos a otra parte de la población que piensa que peor sería que no hubiera medicamentos ni para quien tenga dinero, ni para quien no lo tenga lo cual, aunque aceptable desde el punto de vista práctico, nos aleja cada vez más de aquella justicia social por la que tanto se ha trabajado.
Claro, que como están las cosas actualmente, estoy seguro de que a nadie se le ocurriría volver atrás y limitar – al menos públicamente – la importación de los medicamentos, pues tendría consecuencias no solo sociales, sino también políticas. Pero tampoco creo que sea correcto volver a una época – ya dejada atrás – de tratar de controlar a través de » disposiciones internas», en detrimento de la transparencia de la actuación en frontera y limitando sin que nadie se entere.
En nuestro caso, “el carácter no comercial” – que tanto se expone en diversas disposiciones -, es un eufemismo poco serio. En un momento en que la escasez no se limita a un producto, sino que incluye todo lo imaginable, desde lo más imprescindible (como los medicamentos) hasta los zapatos más superfluos, todo puede ser comercializado (y de hecho lo es) por lo que todo puede tener un carácter comercial. Puede parecer un absurdo decir que importar 20 mil pastillas de un medicamento tiene un carácter comercial mientras que traer 46 o 69 kg de medicinas diferentes en dos o tres bultos – sin abrir y sin pagar derechos –, no tengan “un evidente carácter comercial” .
Una vez un Jefe de Aduanas a quien estimo mucho me dijo mientras nos tomábamos un café en su pantry: “Mientras haya quien quiera calzoncillos amarillos, habrá quien los traiga para vendérselo”. Y esa incuestionable verdad se crece en tiempos de crisis, más cuando la población se divide – cada vez más profundamente – entre los que tienen y los que no tienen.
¿Qué hacer entonces? Pues en mi humilde opinión deberíamos tratar de encontrar la manera de atemperar lo ético y justo con lo legal y permitido. ¿Alguien puede seriamente considerar que decenas de kilogramos de medicamentos tienen un carácter no comercial? ¿Por qué seguir aferrados al criterio de que los pasajeros solamente pueden importar no comercialmente y, sin embargo, promover que una persona traiga varios “gusanos” llenos de medicinas para “uso personal, familiar o del hogar”? ¿Por qué seguir justificando como una solución ante la escasez legalizar la fuente de abasto de un mercado negro que ahoga al ciudadano de a pie?
Claro que limitar o prohibir no sería la solución, pero ¿cómo resuelven esto algunos países? Pues simplemente definiendo la cantidad que es “no comercial” y disponiendo que quienes la sobrepasen deberán pagar derechos de aduana según el arancel comercial para importarlo. Cualquiera pudiera traer 4 gusanos de medicinas para venderlos después, pero al menos contribuiría al fisco.
Por otra parte, en el país ha crecido una nueva forma de gestión comercial: las MIPYMES. Claro que la mayoría no producen bienes y se limitan a ser importadores al por mayor para un mercado interno que no alcanzo a comprender bien, pero ¿qué pasaría si algunas de estas nuevas formas de gestión se dedicaran a importar un poco de medicamentos junto a tanto pollo a 380 pesos la libra o huevos a más de 100 pesos cada uno? ¿Qué pasaría si junto a tiendas particulares de equipos electrodomésticos se abrieran farmacias privadas? Posiblemente, se pudiera crear un mercado de medicamentos e insumos médicos que, aunque igual de caro, fuera al menos legal y controlado en relación con normas sanitarias.
Por último, como decíamos en la segunda parte, el enfrentamiento a los ilícitos en la importación de medicamentos no se puede hacer ni única ni fundamentalmente en la frontera. El enfrentamiento tiene que hacerse allí donde se produce. Veinte kilogramos de medicinas pueden importarse para la familia, amigos y vecinos y sería no solo legal, sino socialmente reconocible, pero cuando esos veinte kg se importan para venderlos se convierten en una actividad ilegal fácilmente «enfrentable» por las autoridades si tenemos en cuenta que ello se realiza a la vista de todos.
¿Aplicar algunas de estas “disquisiciones” personales u otras resolverían completamente el problema? Pues claro que no, pues mientras haya necesidad habrá mercado paralelo y quien tras trabajar 50 años percibe 1500.00 pesos de jubilación tendrá que seguir escogiendo entre comprar media libra de pollo o un blíster de medicinas, pero debemos buscar soluciones novedosas para organizar este mercado paralelo y a la vez enfrentar y castigar a quienes lucran con la necesidad de muchos.
Sin embargo, todo esto debe hacerse de manera transparente y pública, evitando restablecer el derecho de una autoridad o funcionario a determinar cuándo “las cantidades y variedad de los productos no sobrepasen los límites razonables para una importación no comercial” sin hacer público cuáles son esos límites. Debemos aprovechar más la comunicación institucional para explicar el problema y concientizar a la mayoría, que por suerte no abusan de las facilidades. Salvo la referencia del Jefe AGR a las 20 mil pastillas ¿Se ha hecho alguna otra referencia en sitios institucionales o medios? Si fue ese solo caso, no habría que restablecer limitaciones, pero si estás se restablecen es que hay otros muchos, ¿por qué entonces no se habla de ellos, de las sanciones aplicadas y de cómo se detectan? ¿Por qué no involucrar a todos en esta tarea a través de la comunicación social?
En síntesis, opino que debemos buscar cómo combatir de manera transparente a quienes lucran con este tema, pero sin eliminar la facilidad de suplir con importaciones de pasajeros y envíos las limitaciones del Estado para garantizar medicamentos y ampliando las fuentes y actores involucrados.
Como dije al comienzo de esta trilogía, todo esto es simplemente una opinión personal – exenta de cualquier política – sobre un problema sobre el que cada cual tendrá su propia opinión de cómo resolverlo. Espero que así lo vean quienes se hayan tomado el trabajo de leerla.