Desde tiempos inmemoriales, las personas han utilizado las vestimentas para identificarse entre sí. Ya desde la Edad Media, por ejemplo, los comerciantes y artesanos mostraban de esta manera su pertenencia a un gremio profesional determinado.
Sin embargo, los uniformes son más que simples formas de vestir. En realidad son poderosos símbolos de identidad, autoridad, pertenencia, historia y tradición que reflejan la imagen de los grupos de personas que los usan, así como el desempeño efectivo y seguro de sus roles en la sociedad.
Son también la mejor forma de fomentar y desarrollar la cohesión y el sentido de pertenencia entre sus miembros, contribuyendo a mantener una imagen coherente y profesional de la institución, a partir de la proyección de una apariencia colectiva de compromiso.
En los 49 años que estuve en la Aduana, fueron varios los uniformes que utilizamos. Recuerdo que al llegar, en el 1969, me entregaron solamente un pantalón negro y una camisa blanca para trabajar. Posteriormente, con el paso de la institución por diferentes organismos, el uniforme que vistió la aduana sufrió varios cambios, alguno de ellos de muy corta duración.
En los años 70-80 del pasado siglo – y producto de una amplia cooperación con la aduana de la extinta RDA -, se adoptó uno muy parecido al que ella utilizaba y tras un par de variantes más, llegamos al diseño actual en el cual las camisas/blusas han ido pasando de amarillas de principios de siglo a las blancas de hoy.
Pero algo que no ha cambiado y que debemos tener siempre presente, es que cuando vestimos nuestro uniforme en cualquier actividad, estamos mostrando respeto por quienes nos rodean y compartiendo con ellos el orgullo de ser aduanero cubano. Así han actuado durante décadas varias generaciones de jefes y trabajadores, independientemente de que por variadas razones algunos tuvieran otro en el escaparate.